diciembre 20, 2006

mujer de ojos pequeños que en sonrisas tornas tus adioses, carga tus ojos de recuerdos y vuela hacia el norte de tu vida, el destino de tus alas de papel

diciembre 19, 2006

La Personal (3.0)

Aquí pueden escuchar la personal, gentileza del amigo Leo (gracias por enviarme el código)

diciembre 18, 2006

La Personal (2.0)

Si alguien se interesa (aunque dudo que lo haga) por escuchar mi personal, que, sin aviso salió más tarde de lo que me dijeron, puede visitar el blog del amigo Leo Needham, que amable y cariñosamente grabó y subió mi pequeña y humilde selección. Gracias por darme un rinconcito en tu espacio, amigo.

diciembre 16, 2006

La Personal

Sábado 13.15 hrs Radio Concierto http://www.concierto.cl Mi personal Tracklist Canción 1: wake up / the arcade fire Canción 2: planet telex / radiohead Canción 3: tango uno / anibal troilo Canción 4: sour times / portishead Canción 5: love will tear us apart / joy division Canción 6: hello goodbye / the beatles

diciembre 14, 2006

Teléfono

2.56 AM. - Aló... - perdona, no me atreví a llamar hasta ahora - ¿qué hora es? - casi las tres. Perdona la imprudencia, no quise molestarte... es que... necesitaba oírte y saber que existo aún, que no me he evaporado en la ausencia... He pasado tanto y tan poco estos días, estos meses, estos años, estos siglos... Ni te imaginas... Me desconozco en los espejos, los reflejos me resultan amenazadores, desconfío de mi sombra, duermo mucho, vivo poco, como lo que encuentro cuando lo recuerdo, estoy tan solo que hasta el fantasma que se paraba en el pasillo ha dejado de mirarme. No salgo. Ya casi olvidé como es tu calle y como suena la voz de los niños cuando juegan, como se siente el vértigo en los columpios, en que dirección mueve la cola el perro vago de la esquina. No descanso, los sueños se me arrancan de los ojos como cabellos que quedan en la almohada, esa almohada que te espera cada noche. Sólo escucho discos viejos y asesino los segundos, ya casi no pienso cosas interesantes, ni siquiera tonterías, no me cuestiono ni busco respuestas, no escribo, no leo, perdí las intenciones, las buenas y las malas. Ni siquiera espero. Me he convertido en nada. Necesito recuperarte. Esperó unos segundos en el silencio de la madrugada y colgó el auricular, cerró la guía de teléfonos y la dejó en la mesita junto a la lámpara. Apagó la luz y cerró los ojos. Durmió 16 horas seguidas y soñó con caballos alazanes y música que jamás había oído, como la voz de aquella extraña tras la línea telefónica la madrugada anterior, desconocida y redentora.

noviembre 30, 2006

Correr...

Correr Correr sin destino Correr sin rumbo Evitando las paradas correr correr CORRER correr hasta salir huir, escapar, esconderme de los márgenes del M U N D O.

noviembre 12, 2006

Zen o no Zen

Jugando al solitario a las 3 de la mañana, con un Chris Cornell diciendo que no puede cambiar, y dándole una nueva vuelta a todo lo que hoy surgió en la charla, me pongo a pensar en lo difícil que resulta el volver a creer, y pongo el énfasis en el "volver", que implica haber creído antes.

¿Cómo se recontruye sobre los escombros del pasado? ¿cómo hacer de la nueva construcción algo sólido y sano? ¿cómo saber si es posible re-creer, re-encontrarse y re-comenzar? Aunque parezcan preguntas de libro de autoayuda, son interrogantes que todos tenemos alguna vez.

Y me vienen a la mente muchas cosas, situaciones de la vida misma, de la historia incluso, y surge en mí la misma respuesta que hoy le di a aquel hombre de guitarra en mano: No se trata de olvidar, de hacer como si nada hubiera ocurrido, es así como el mundo se ha resentido en el odio infinito de no saldar sus daños. No se puede esconder la mugre bajo la alfombra, porque tarde o temprano se va a notar, tarde o temprano estalla...

Es fácil decirlo, pero en el acto... ¿cómo se hace? Para mí es un proceso en conjunto, pero la confianza es tan sensible... ¿cómo mirar desde lejos a la mujer que amas sin odiarla un poco por todo el daño causado? El perdón es posible, luego de mucho, ¿pero el olvido? ¿y es sano?

A veces pareciera que sí, a veces pensamos que sería mejor la vida si pudiéramos borrar las cosas como si no hubieran sucedido, sin embargo ese tan inhóspito e indeseado inconciente nos trae a colación todo lo que tan arduamente intentamos ocultar. Después de todo, puede que no sea la mejor forma de seguir, quizá es solo la menos evolutiva, la que más intentamos y la que menos resulta.

Creer, creer en algo, en alguien, en uno mismo, ese es el cuento. Creer en otro implica de cierto modo creer en uno mismo un poco, sentir que se puede renacer de las cenizas siendo concientes de las cosas que ocurren, tranformando el pasado en vez de aborrecer eternamente al fantasma de viejas conductas y vivir con el miedo de recaer en ellas.

¿Pero cómo dejarlo todo, cómo recomenzar, si es tan humano el odio y tan indecible la culpa? ¿Se puede ser tan Zen y lograr librarse de lo mundano de nuestro ser? Y nace una nueva pregunta (a esta altura son pocas las respuestas)

En este mundo tan humano en el que vivimos, tan irracional, tan viceral (ya poca convicción queda sobre la racionalidad del hombre, me disculpará Monsieur Descartes) surge la duda, la confusión y el caos. Porque creer en alguien o en algo no implica necesariamente una pertenencia, sin embargo nos aferramos con uñas y dientes a eso que esperamos, nos mantenga a flote. Nace el apego, el sentimiento de posesión, se confunde lo "mutuo" con lo "mío", y se cae en absolutismos, en relaciones enfermas, en paranoias, en violencia, en odio nuevamente.

Tiendo a pensar que es tan humana como el odio y el apego esa capacidad, más que de racionalizar (no pasa tanto por la razón), de integrar a la vida los restos procesados del ayer, algo así como reciclar las experiencias, pero en el acto me vuelvo tan enajenada como cualquiera y olvido el optimismo positivista de mis ideas, pienso luego con el hígado y me torno vil, retrocedo y mando al cuerno todo.

Dudo, dudo sobre las posibilidades reales en el mundo en el que muero, dudo incluso de su realidad. Surge nuevamente la desconfianza, el mundo nos corrompe, nos contamina y retornamos al final de la cadena, a sumergirse nuevamente en las incertezas, en los miedos, en los olvidos.

¿Se puede vivir, entonces, comprendiendo que ni siquiera esa vida que sentimos tan propia nos pertenece? ¿podemos entablar relaciones sin "apoderarnos" del otro? ¿creer sin esperar que aquello en lo que creemos sea nuestro? ¿se puede ser Zen en esta vorágine?

noviembre 04, 2006

Este cuento aún no tiene título

En medio del desastre me detengo un instante, retomo ciertas letras dormidas entre los escombros de tiempos distintos (ni mejores ni peores, solo distintos) y reordeno la vida, paso lista, recuerdo y analizo (analizar significa fragmentar para comprender y reconstruir) Reviso notas viejas para nutrir de cambios las páginas nuevas, con más anhelos que espectativas (total, las espectativas fallan y los anhelos nos mantienen vivos, o al menos cerca de encontrar la vida) En esos ejercicios encontré un texto, viejo, quizá no tanto, escrito en hojas de cuaderno con tinta verde, y decidí transcribirlo... razones: ninguna, no tiene por qué haberlas. Soliamos sentarnos en la arena fría o en las bancas viejas y desvencijadas, o simplemente en un escalón de concreto a charlar por horas. Compartíamos algo de comer, generalmente galletas que yo siempre llevaba en el bolso, o podíamos solo quedarnos bien juntos mirando el cielo y los barcos, con los rostros fríos por el viento y las manos entrelazadas. Tú me hablabas de Borges y de Nietzsche, de Platón y de Heidegger, mientras yo pensaba en las estrellas y en los cientos de naufragios que dormían en la costa que bañaba nuestros encuentros, en la eternidad, eso que llamabas retorno. Y es que jamás fue amor lo que unía a Azucena y Pascual, sino las circunstancias o aquel sueño en que él la veía entre trigo y girasoles, vestida de blanco, descalza, con sus enormes ojos verdes, sonriendo. Sueño que guardó por años antes de conocerla cerca del mar, aquel verano insondable. No era amor lo que los llevaba a encontrarse todos los días en aquella pequeña playa para hablar y comer galletas, mirar abrazados el mar y contar estrellas fugaces, pero algo misterioso fusionaba sus almas, más allá de los compromisos, bastante débiles e inestables con la vida, de Pascual y la rotunda soledad de Azucena. Una fuerza extraña los mecía como las olas al barco que soñaban para fugarse juntos del mundo. Quizá eran las ansias compartidas, tal vez solo la ilusión de volver, luego de una temporada fuera del tiempo, al mismo lugar. Yo no te amaba, tú tampoco a mí, quizá por eso no podíamos separarnos. Se hizo nuetra costubre caminar largas horas en la noche, cuando ya no había taxis, cuando no había ni siquiera vagabundos ni perros callejeros, tomados de la mano para manterner el mismo ritmo hasta tu casa. Yo cocinaba algo rápido mientras tú ordenabas la habitación, tal vez solo buscabas ese disco que nos gustaba oír mientras nos besábamos, quitándonos la ropa ante la mirada furtiva de aquel fantasma que gustaba de oír a Mozart los sábados a media tarde. No recuerdo cómo nos conocimos, supongo que en el mar, o en el campo entre trigo y girasoles, da igual. Tampoco sé cómo llegamos a ser lo que fuimos, no importa. Lo único que recuerdo es el barco, un par de estrellas fugaces, el frío de las tres de la madrugada, los cuentos de Borges y las mañanas en que preparabas el desayuno mientras me hacía la dormida por un rato, solo para que me llevaras el café a la cama, y las tostadas francesas... y ese disco de Edith Piaf, mi favorito, la lluvia en tu ventana y mi felicidad completa, no porque fueras tú, ni siquiera por dormir contigo, solo porque amaba la lluvia en tu ventana y ese disco de Edith Piaf y las tostadas francesas y el café fresco en la cama. Recuerdo que una tarde dijiste que el mar reconocía nuestros rostros al mirarlo. Intenté imaginar la cantidad de rostros, las innumerables miradas que guarda la memoria del mar. Alegres, tristes, nostálgicos, desesperados, iracundos, completos, vacíos, olvidados... y entendí que el mar era ese tiempo del que me hablabas por las tardes, antes de regresar a tu casa a ese rito, tan humano, de dormir con alguien. Entendí que lo que nos unía no eran las noches en las que un fantasma boyerista que oía a Mozart nos espiaba, mientras, sudorosos y despreocupados, nos entrgábamos al placer sensorial de las manos y las lenguas, tampoco los desayunos en la cama, ni siquiera Borges, ni los barcos, ni las estrellas fugaces, ni el trigo, sino la conjugación mística y perfecta del mar y nuestras retinas, ese universo distinto, acuoso, de tus ojos y de los míos. El retorno de las miradas en cada ola, el reflejo de los rostros proyectados en el tiempo, el enlace indivisible entre el mar y la Luna, entre el cielo y la tierra. No se necesitaba más. Fue una tarde cualquiera, perdida entre las nubes de un septiembre ventoso, en aquella pequeña playa de segundos infinitos, donde los barcos esperaban el anhelo de los amantes y las estrellas se lanzaban al abismo del mar para convertirse en peces de luz, fue en ese lugar donde sus manos, tantas veces entrelazadas en las desvencijadas bancas, se separaron, y sus pupilas dejaron de ser las mismas que las olas dibujaron. La mujer de trigo y girasoles caminó lentamente, descalza y sin huellas, y se alejó en el danzar de las flores secas por el sol de primavera, volando. De él, no se supo nada. Se piensa que al precipitarse a la cotidianidad se volvió roca, en un intento desesperado por alcanzar aquel barco eterno que tanto buscó, y como viejo conjuro, fue olvidado. Hoy solo queda como testimonio aquella pequeña playa, las bancas viejas y desvencijadas, las estrellas y el viento, a veces uno que otro barco fantasma y el mar... esperando el retorno de sus ojos favoritos.

octubre 16, 2006

Silencio

Cerré la puerta y corrí, como hace mucho no lo hacía. En las calles, sombras, tenebrosas, me miraban, quizá incluso me seguían a ratos; en la mente, mares turbulentos, tormentas eléctricas de mielina; en los ojos, flashes de oscuridad total, puertas borrosas y esa tenue luz amarilla que se precipita sobre los techos y desdibuja los rostros de los desconocidos... Todos se parecen a ti después de todo. Los acordes sonaban a todo lo que da el volúmen y pueden resistir los tímpanos, quizá más aún... No veía nada, esos sonidos lo llenaban todo, debían llenarlo todo. Y seguía corriendo por una calle casi vacía, nublada, borrosa, oscura, tantas veces tuya... El miedo me perseguía, casi tan de cerca como los perros callejeros que no gustan de los tristes ni de los solos, tampoco de los borrachos, me pisaba los talones y se burlaba, entre dientes, profiriendo infinitos y desquiciados alaridos. Yo me refugiaba en el calor de los esponjosos audífonos para no morir, y corría, a todo lo que daban las piernas. Al pasar frente a la reja de tu ausencia me propuse seguir de largo, no mirar, no esperar, no gritarte en las manos. Pero miré, esperé, quise, pero no pude gritarte. La pila se agotó frente a esa nada reconocible y cayó sobre el frío tu silencio y el mío, la música ya no sonaba, ya no me cobijaba, ya no me sostenía. Y caí, entre el asfalto y la maleza que crece entre la humedad de las aceras, profundo, inexorable, inevitable. Ahora debía oír mis pasos en el cemento y los rumores nocturnos, el delirio de mis dedos azules y el murmullo de mi sangre agolpándose en las sienes, pero seguí corriendo hasta sentir calma, o por lo menos hasta la resignación de mis piernas y el cansancio de mis pupilas. Desperté con llagas en los pies y destierros en las manos.

octubre 10, 2006

El primer día...

El primer día se levantó atrasada, no había recordado que debía cambiar la hora del despertador, no había recordado que hoy comenzaba todo. Despertó de improviso, como si su espíritu (o una simple ave matutina, que viene a ser casi lo mismo) le invitara a quitarse la modorra y salir a descubrir el mundo allá afuera. Había dormido mal, le costó concebir el sueño, se daba vueltas en la cama con la mente en mil lugares distintos y con el alma vagando bajo el frío de las 4 de la madrugada, corriendo descalza en búsqueda de aquellos ojos de grisácea paz que tanta luz le regalaron. No supo en qué instante fue vencida. El primer día comenzó rápido, tomó una ducha breve y un desayuno aún más breve, echó las llaves al bolso y salió. Estaba nublado, aunque las blanquecinas nubes se disipaban entre el tímido celeste allá arriba, con esa calma de nube. Tomó el autobús, se puso los audífonos y mirando el paisaje que corría detrás del vidrio, recién ahí asumió que ahí comenzaba todo, otra vez... Tocó el timbre del autobús, se bajó, sintió el viento de octubre el en rostro y sonrió.

septiembre 11, 2006

Sin sorpresas

"Y de su cuerpo manaba sangre y agua
de un púrpura brillante, densa como
el silencio inacabable es sus pupilas
vacías de sueños y esperanzas".

Cerró la puerta de golpe, no pensaba regresar. En sus bolsillos descosidos por el uso escondía sus manos azulosas de frío, y en su mirada de intenso gris, el reflejo del fatum. Caminaba de prisa, sin mirar atrás, sin ver lo que pisaba ni el paisaje alrededor. En la mano derecha, dentro del abrigo, apretaba un boleto de autobús, en la mente revolvía pensamientos inconexos y descabellados.

Los minutos colgaban de los faroles en las calles asfaltadas, caían a un ritmo constante con ese mutismo de tiempo ajeno, pero no lo notaba, seguía su viaje hacia un destino incierto. Su gélido rostro se alejaba cada vez más del color y del mundo, extraviado en la inagotable soledad de su partida.

Cada cierto rato sus ojos se depositaban en algún sitio sin darle mayor importancia, sin nostalgia, sin despedida. Sus pasos eran firmes pero no excentos de ese aire de final, esa brisa extraña, un tanto amarga, que nos envuelve cuando sabemos que no hay retorno. Y no lo había.

Las sombras comenzaron a escurrirse entre los árboles y los fantasmas de noches vividas doblaban las esquinas al encontrarle, los primeros reflejos de la Luna le iluminaron el oscuro cabello, recortando una silueta alargada en el pavimento... No tenía miedo, sabía hace tiempo que el día llegaría, cruzó una angosta calle y apretó aún más el boleto dentro de su abrigo. Esa sería la última vez que aquel aire le rozara. El fin había llegado.

septiembre 10, 2006

El libro.

Érase una vez un libro perdido en la inmensidad del mundo. Cayó de algún bolsillo de un aficionado, o tal vez del brazo de un estudiante soñador, fue lanzado al vacío por un indolente, depositado como ofrenda de algún filósofo víctima de una crisis de sentido, tal vez fue él quien se lanzó al abismo tratando de redimir su alma de papel. Nadie lo recuerda. Los testigos, si es que los hubo, no le dieron mayor importancia al sacrificio, qué más da un libro roñoso y un poco amarillento. Permaneció largo tiempo ahí, entre los adoquines del abandono, observando la enormidad a su alrededor, sin poder creer que había tanto espacio fuera de su ensoñado mundo de páginas derramadas. Pensó, por un momento, que su universo era demasiado pequeño y quiso perderse en el infinito, alejarse de su vida de celulosa procesada y ver el mundo desconocido que habitaba fuera de su forro de cuero raído. Y así emprendió el viaje... Pasó de mano en mano, muchos encontraron en sus letras las respuestas a sus interrogantes, otros se fascinaron y hasta enloquecieron por sus palabras, recorrió ciudades completas, se relacionó con gente buena y mala, vivió en los suburbios, fue amigo del demonio y un venerado dios le hizo su acompañante, fue celebrado un día para él y tuvo reconocimiento en muchos lugares donde iba. Sin embargo el mundo se le hizo vacío y grisáceo, la gente hipócrita y alienada, desprovista de alma y espectativas. Su sueño de un mundo más grande se fue trizando con el tiempo, como las hojas que formabas su cuerpo. La gente ya no se maravillaba con él, nadie lo leía, todos parecían preocupados por otras cosas, por una caja con imágenes en movimiento o algo así. Parecía inverosímil, el mundo era tan hostil y ajeno... Extrañó el mundo de tinta en sus páginas de ámbar, tan familiar, tan íntimo, tan propio. Ya no quiso ser otro autómata de aquel universo misterioso que le había olvidado con tanta facilidad, se cansó de la vida decadente y se abandonó en un escaño de cualquier parte... Fue ahí donde lo encontré... (Solo con el transcurso de los silencios descubrimos que el mundo más inconmesurable es el que está dentro de nosotros)

septiembre 01, 2006

Pena de bandoneón

La vida te hace esconder la cara tras las manos muchas veces. Se hacen incomprensibles los actos, los olvidos, los silencios, las palabras, las miradas, las ausencias... y ese color en el aire que lo hace difícil de respirar, denso, con la espesura de las inminentes penas. Yo no entiendo mucho de casi nada, pero intento hacerlo lo mejor posible cuando al ver la infinita belleza en un punto de la nada me emociono y creo, por un momento, en el milagro divino de la trasendencia del ser, refrescar el alma con las gotas de lluvia y el saxofón de un negro olvidado en la esquina lejana del tiempo, pero el cansancio me supera y luego necesito correr hasta el punto más desconocido de la eternidad y ocultarme, deseosa de descansar, de vaciar la mente de tanto silencio que la abruma y caminar descalza por el cielo. Trato de no estallar en mil pedazos cuando descubro el velo de la mentira sobre el inocente y el abandono sobre el débil, de veras que intento comprender y vivir en el mundo, pero me resulta tan inexplicable la existencia de esos siniestros personajes que se aprovechan de la buena voluntad ajena y reniegan de sus propias entrañas. La carga del pathos propio y ajeno, la lluvia fría y el triste ánimo de los dioses configuran la sinfonía del ocaso. La puesta en crisis del sentido. Ya no seguiré escribiendo por hoy... quizá mañana...

agosto 22, 2006

Recuerdo la vida... (pasada)

¿A qué viene esto? Simplemente a ser conciente de la vida en los bolsillos y zapatos, solo un pequeño trozo de ayer para recordar que la vida es una ecuación con constantes y variables, como todas... ...Y solo así siento que sola fui siempre, y que tu mano jamás rozó las hélidas falanges mías. Tu abrazo fue solo el tímido tacto de otra brisa, lejana, de otro tiempo, de otro alguien. Y sí, el engaño fue mío, la maldita coraza que me alejó de tu andar sereno, ese miedo a la vida, el acostumbramiento a la ausencia, la fidelidad a la muerte. Y solo aquel que reconociste luego de tu daño es quien sabe todo lo que ni siquiera a mi misma me confieso. Y ahora solo tengo que escupir la rabia del cuerpo y sacarme todas esas palabras insulzas sin tus oídos, lanzarlas al mar que tantas veces nos devolvió una sonrisa, ese mar que conoce nuestros rostros como nadie; rostros que ya no miran juntos. Ese mar que no tiene tiempo, ni fines, ni comienzos, gira sin contornos en la vorágine de la existencia (o de la no-existencia), como esta historia no-historia, como este texto no-texto, como tú no-yo, como yo-nada-en-la-nada. Sólo debo devolverle al mar las gotas que le robé muchas tardes, en las que bebí de sus infinitos ojos y fumamos la anaranjada risa de la Luna; esparcir las cenizas del no-viento, de este no-cuento-de-hadas que jamás será contado ni recordado. Sólo librándome de esas letras que me sobran podré mirarte, no-daño. Nada fuiste, pensamiento, no-persona, un florido despertar de mi onírico desdén. Sólo fuiste de equinoccio a equinoccio, un lapso de tiempo ensoñado, tú, no-ser, yo, tu no-reflejo, imperfección nosotros.

agosto 18, 2006

Manía

Y se me pasan lo días entre el orden compulsivo de las cosas y las soledades musicalizadas con los doors, neojipi optimista de oreja, un ente misterioso y desconocido en el acto. Mezcla de ameba y pared de café de "adulto joven", un esperpento ambulante que se preocupa de que todo esté en pertecta simetría, una forma sin fondo. No sabría explicar el fenómeno que me aqueja, no sé si tenga alguna clasificación psicológica, una taxonomización patológica o algo por el estilo (dejémosle eso a los psicólogos, tan amados y odiados por las masas de este blog). El punto es que este desorden de conducta, que, aunque provechoso en la organización banal de deberes, puede ser nefasto para la interacción en la comunidad, componente tan importante de nuestra estructura como sujetos sociales. Espero que, a falta de roce social normal, como el ser humano que creo ser, este cuadro sirva para mejorar y/o potenciar otras actividades, qen el mejor de los casos de desarrollo del ser, a través de la producción textual, artística de algún tipo o quéséyo... La idea es que no sea solo un alienamiento sin sentido. Otro día hablaremos de eso... Hoy no estoy para Heidegger.

agosto 04, 2006

Un segundo día como cualquiera

Hoy encontré un fragmento de texto sin terminar, no sé de qué fecha data ni en qué circunstancias fue escrito, no lo recuerdo y quizá no importe mucho. Estaba en una página de la agenda de la U, entre el lunes 20, martes 21 y miércoles 22 de febrero, aunque obviamente no fue escrito en ese momento. La tinta... magenta, como siempre. "Se cierran los boliches y yo sentada en la escalera infinita del olvido. La gente pasa, algunos miran, nadie pregunta, los mitos caen inexorablemente, sin embargo espero, con pocas ansias, que todo acabe, que alguien venga a rescatar(me) los vestigios de la nada. La luz, cada vez más tenue, se desliza sin pudores entre las cosas, dibujando lúdicas figuras fantasmales. Ocasos..." ( Quizá no signifique nada. No pensar puede parecer una forma de evadir, o tal vez una forma hegemónica de controlar las masas, aunque suele, en ciertas esferas de opinión (y qué significa eso), ocultarse bajo la ilusión de "la expresión del genio incomprendido". Estos intelectualoides postmodernos que se sienten dioses masticando y manoseando las ideas regurgitadas de viejos empolvados en sus tumbas y elevados al Olimpo filosófico. Qué peor, la juventud sin rumbo, dejándose llevar por la vorágine de la caja idiota... o esa pequeña gran élite de desdichados, juventud deprimida y perdida, citando a Baudelaire y Nietszche, haciendo la parodia del artista... )

Hoy fue un segundo día como todos los segundos días de la vida, parecido al primero aún, pero ya sin ese aire de inicio, porque al fin y al cabo, nada comienza porque nada alcanza a terminar.

Nada mejor que llegar a la noche de un segundo día como cualquiera con un Robert Johnson tocando guitarra en tus oídos, invocando demonios de días posteriores. Ya sé, no tiene sentido... pero ¿para qué lo necesita?

julio 28, 2006

Ángel

Pasó la lluvia y el frío se internó en lo más profundo de la corteza del alma. Y a pesar de ese remecer las entrañas de ausencia y silencio, siempre hay un ángel que da al tiempo y el espacio su sentido, una sonrisa pura que ilumina las oscuridades del recuerdo (o del olvido) y refresca la vida perdida en los pulmones. Mi ángel se llama Javier, llegó de improviso, como llegan las los respiros y los suspiros, y con sus jalones de pelo, mordidas, rasguños y golpes me revive cada segundo y cambia la frustración por una inmensa cara de pelotuda feliz de ver a un niño crecer feliz, a pesar de todo. Agradezco la confianza de la amiga Claudia para dejarme al cuidado de su pequeño, lo que no sabe ella es que con ese gesto me salvó del abismo de mi misma...

julio 25, 2006

llueve sobre la ciudad

No ha parado de llover desde anoche. La intensidad del frío y el viento han roto el silencio hace ya bastantes horas. Ese silencio que he intentado mantener para no tener que cuestionarlo todo, un silencio plástico, vacío, ajeno, oculto. Algunos espasmos, el café negro ya casi frío, el prozak que ya no causa efectos, los segundos que se caen y rompen sordamente contra el piso, como la lluvia allá afuera, agotan las esperanzas... y los sueños se destiñen en la lentitud del invierno, verde invierno. Creo que este es el invierno más frío que he vivido, antes por lo menos existía esa pequeña llama que mantenía un leve rubor en la piel y un tímido brillo en la mirada. Ahora, con los ojos extraviados en la inmensidad de la ausencia y la palidez de la pérdida del sentido, permanezco horas frente a la nada sin percibir siquiera cómo se me va la vida sin tomarla. Y comienzan las preguntas, de esas que retuercen no solo las neuronas y todas sus conexiones sinápticas, sino también el pathos... y comienza esa angustiosa búsqueda de algo que ni siquiera conoces, intentas refugiarte en cosas que sabes, no ayudarán. Las ganas de antaño, las ilusiones y los proyectos parecen lejanas alucinaciones, espejismos de un tiempo inexacto. La metafísica corroe la poca cordura que sobrevive al paso de los años, y la gente comienza a parecer extraña, distante, ausente. Y la lluvia no para desde anoche...

julio 24, 2006

de regreso a los blogs...

y resulta que mi vieja dirección de blog quedó suspendida en el ciberespacio sideral sin que pudiera acceder a ella nuevamente... a si que esta nueva instancia espero que cumpla con mis espectativas de ser una licuadora de contenidos mentales expulsados al infinito y más allá, y claro, quien tenga acceso a este cuchitril electrónico, ojalá disfrute o destruya estas palabras... doy por iniciado este blog *corta la cintita tricolor*