noviembre 18, 2008

Jay quería ser inteligente

Desde pequeña siempre quise saberlo todo, me interesaba por un sinfin de temas diversos y me maravillaba con cada cosa que lograba entender de la vida y del mundo. Quizá ahí surgió mi gran amor por la ciencia y por los libros, ahí fue cuando mi mundo conocido empezó a cifrar sus esperanzas académicas en mí. Terrible error, pienso ahora. Me iba bien, me encantaba estudiar (sigue gustándome hasta el día de hoy, sin embargo las motivaciones infantiles se diluyen cuando uno se comienza a poner viejo de espíritu) y disfrutaba de prácticamente todas las materias que pasaban en el colegio. Todo parecía un mundo gigante, inexplorado por una mente de escasos años que ve con mirada ingenua el conocimiento y pretende empaparse hasta con el más mínimo detalle de aquellos secretos que la vida le ha puesto ante los ojos. ¿Qué pasó en el camino? Tal vez solo se me vinieron las nubes negras encima y pensé que jamás iba a lograr entenderlo todo, y en vez de ser una motivación a la investigación, me convertí en una persona desesperada, desilusionada y nihilista. Ya no tenía sentido buscar los detalles, jamás iba a lograr saber todo lo que quería, jamás iba a lograr ser todo lo inteligente que soñaba. La niña que se tragaba libros desde los 4 años y se maravillaba con el universo se había perdido en un camino duro y rocoso, lleno de decisiones tomadas, quizá muy a la ligera, tal vez demasiado pensadas, con mucho cerebro y con poca alma. Y así esa niña que era la esperanza en el futuro se fue apagando, se volvió rutinaria y perdió el rumbo, ya no quería enfrentar los desafíos, se desdibujaba tras una imagen de superación ficticia y poco creíble. Jay ya no sabía ni siquiera si quería saber. Tal vez solo parecía inteligente, quizá nunca lo fue.