agosto 04, 2006

Un segundo día como cualquiera

Hoy encontré un fragmento de texto sin terminar, no sé de qué fecha data ni en qué circunstancias fue escrito, no lo recuerdo y quizá no importe mucho. Estaba en una página de la agenda de la U, entre el lunes 20, martes 21 y miércoles 22 de febrero, aunque obviamente no fue escrito en ese momento. La tinta... magenta, como siempre. "Se cierran los boliches y yo sentada en la escalera infinita del olvido. La gente pasa, algunos miran, nadie pregunta, los mitos caen inexorablemente, sin embargo espero, con pocas ansias, que todo acabe, que alguien venga a rescatar(me) los vestigios de la nada. La luz, cada vez más tenue, se desliza sin pudores entre las cosas, dibujando lúdicas figuras fantasmales. Ocasos..." ( Quizá no signifique nada. No pensar puede parecer una forma de evadir, o tal vez una forma hegemónica de controlar las masas, aunque suele, en ciertas esferas de opinión (y qué significa eso), ocultarse bajo la ilusión de "la expresión del genio incomprendido". Estos intelectualoides postmodernos que se sienten dioses masticando y manoseando las ideas regurgitadas de viejos empolvados en sus tumbas y elevados al Olimpo filosófico. Qué peor, la juventud sin rumbo, dejándose llevar por la vorágine de la caja idiota... o esa pequeña gran élite de desdichados, juventud deprimida y perdida, citando a Baudelaire y Nietszche, haciendo la parodia del artista... )

Hoy fue un segundo día como todos los segundos días de la vida, parecido al primero aún, pero ya sin ese aire de inicio, porque al fin y al cabo, nada comienza porque nada alcanza a terminar.

Nada mejor que llegar a la noche de un segundo día como cualquiera con un Robert Johnson tocando guitarra en tus oídos, invocando demonios de días posteriores. Ya sé, no tiene sentido... pero ¿para qué lo necesita?

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