abril 23, 2012

El libro

Érase una vez un libro perdido en la inmensidad del mundo. Cayó de algún bolsillo de un aficionado, o quizás del brazo de un estudiante soñador, fue lanzado al vacío por un indolente, depositado como ofrenda de algún filósofo víctima de una crisis de sentido, tal vez fue él mismo quien se lanzó al abismo tratando de redimir su alma de papel. Nadie lo recuerda. Los testigos, si es que los hubo, no le dieron mayor importancia al sacrificio, qué más da ver inmolarse a un libro roñoso y un poco amarillento. 

Permaneció largo tiempo ahí, entre los adoquines del abandono, observando la enormidad a su alrededor, sin poder creer que había tanto espacio fuera de su ensoñado mundo de páginas derramadas. Pensó, por un momento, que su universo era demasiado pequeño y quiso perderse en el infinito, alejarse de su vida de celulosa procesada y ver el mundo desconocido que habitaba fuera de su forro de cuero raído. Y así emprendió el viaje... 

Pasó de mano en mano, muchos encontraron en sus letras las respuestas a sus interrogantes, otros se fascinaron y hasta enloquecieron por sus palabras. Recorrió ciudades completas, se relacionó con gente buena y mala, vivió en los suburbios, fue amigo del demonio y un venerado dios le hizo su acompañante, fue celebrado un día para él y tuvo reconocimiento en muchos lugares donde iba. Sin embargo el mundo se le hizo vacío y grisáceo, la gente hipócrita y alienada, desprovista de alma y expectativas. Su sueño de un mundo más grande se fue trizando con el tiempo, como las hojas que formabas su cuerpo. La gente ya no se maravillaba con él, nadie lo leía, todos parecían preocupados por otras cosas, absorbidos por una caja con imágenes en movimiento o algo así. Parecía inverosímil, el mundo era tan hostil y ajeno.

Extrañó el mundo de tinta en sus páginas de ámbar, tan familiar, tan íntimo, tan propio. Ya no quiso ser otro autómata de aquel universo misterioso que le había olvidado con tanta facilidad, se cansó de esa vida decadente y se abandonó en un escaño de cualquier lugar... Fue ahí donde lo encontré. Lo tomé entre mis manos y levanté su vieja tapa, en la primera página había una breve dedicatoria que decía: “Solo en el transcurso de los silencios descubrimos que el mundo más inconmensurable es el que está dentro de nosotros”.