noviembre 04, 2006

Este cuento aún no tiene título

En medio del desastre me detengo un instante, retomo ciertas letras dormidas entre los escombros de tiempos distintos (ni mejores ni peores, solo distintos) y reordeno la vida, paso lista, recuerdo y analizo (analizar significa fragmentar para comprender y reconstruir) Reviso notas viejas para nutrir de cambios las páginas nuevas, con más anhelos que espectativas (total, las espectativas fallan y los anhelos nos mantienen vivos, o al menos cerca de encontrar la vida) En esos ejercicios encontré un texto, viejo, quizá no tanto, escrito en hojas de cuaderno con tinta verde, y decidí transcribirlo... razones: ninguna, no tiene por qué haberlas. Soliamos sentarnos en la arena fría o en las bancas viejas y desvencijadas, o simplemente en un escalón de concreto a charlar por horas. Compartíamos algo de comer, generalmente galletas que yo siempre llevaba en el bolso, o podíamos solo quedarnos bien juntos mirando el cielo y los barcos, con los rostros fríos por el viento y las manos entrelazadas. Tú me hablabas de Borges y de Nietzsche, de Platón y de Heidegger, mientras yo pensaba en las estrellas y en los cientos de naufragios que dormían en la costa que bañaba nuestros encuentros, en la eternidad, eso que llamabas retorno. Y es que jamás fue amor lo que unía a Azucena y Pascual, sino las circunstancias o aquel sueño en que él la veía entre trigo y girasoles, vestida de blanco, descalza, con sus enormes ojos verdes, sonriendo. Sueño que guardó por años antes de conocerla cerca del mar, aquel verano insondable. No era amor lo que los llevaba a encontrarse todos los días en aquella pequeña playa para hablar y comer galletas, mirar abrazados el mar y contar estrellas fugaces, pero algo misterioso fusionaba sus almas, más allá de los compromisos, bastante débiles e inestables con la vida, de Pascual y la rotunda soledad de Azucena. Una fuerza extraña los mecía como las olas al barco que soñaban para fugarse juntos del mundo. Quizá eran las ansias compartidas, tal vez solo la ilusión de volver, luego de una temporada fuera del tiempo, al mismo lugar. Yo no te amaba, tú tampoco a mí, quizá por eso no podíamos separarnos. Se hizo nuetra costubre caminar largas horas en la noche, cuando ya no había taxis, cuando no había ni siquiera vagabundos ni perros callejeros, tomados de la mano para manterner el mismo ritmo hasta tu casa. Yo cocinaba algo rápido mientras tú ordenabas la habitación, tal vez solo buscabas ese disco que nos gustaba oír mientras nos besábamos, quitándonos la ropa ante la mirada furtiva de aquel fantasma que gustaba de oír a Mozart los sábados a media tarde. No recuerdo cómo nos conocimos, supongo que en el mar, o en el campo entre trigo y girasoles, da igual. Tampoco sé cómo llegamos a ser lo que fuimos, no importa. Lo único que recuerdo es el barco, un par de estrellas fugaces, el frío de las tres de la madrugada, los cuentos de Borges y las mañanas en que preparabas el desayuno mientras me hacía la dormida por un rato, solo para que me llevaras el café a la cama, y las tostadas francesas... y ese disco de Edith Piaf, mi favorito, la lluvia en tu ventana y mi felicidad completa, no porque fueras tú, ni siquiera por dormir contigo, solo porque amaba la lluvia en tu ventana y ese disco de Edith Piaf y las tostadas francesas y el café fresco en la cama. Recuerdo que una tarde dijiste que el mar reconocía nuestros rostros al mirarlo. Intenté imaginar la cantidad de rostros, las innumerables miradas que guarda la memoria del mar. Alegres, tristes, nostálgicos, desesperados, iracundos, completos, vacíos, olvidados... y entendí que el mar era ese tiempo del que me hablabas por las tardes, antes de regresar a tu casa a ese rito, tan humano, de dormir con alguien. Entendí que lo que nos unía no eran las noches en las que un fantasma boyerista que oía a Mozart nos espiaba, mientras, sudorosos y despreocupados, nos entrgábamos al placer sensorial de las manos y las lenguas, tampoco los desayunos en la cama, ni siquiera Borges, ni los barcos, ni las estrellas fugaces, ni el trigo, sino la conjugación mística y perfecta del mar y nuestras retinas, ese universo distinto, acuoso, de tus ojos y de los míos. El retorno de las miradas en cada ola, el reflejo de los rostros proyectados en el tiempo, el enlace indivisible entre el mar y la Luna, entre el cielo y la tierra. No se necesitaba más. Fue una tarde cualquiera, perdida entre las nubes de un septiembre ventoso, en aquella pequeña playa de segundos infinitos, donde los barcos esperaban el anhelo de los amantes y las estrellas se lanzaban al abismo del mar para convertirse en peces de luz, fue en ese lugar donde sus manos, tantas veces entrelazadas en las desvencijadas bancas, se separaron, y sus pupilas dejaron de ser las mismas que las olas dibujaron. La mujer de trigo y girasoles caminó lentamente, descalza y sin huellas, y se alejó en el danzar de las flores secas por el sol de primavera, volando. De él, no se supo nada. Se piensa que al precipitarse a la cotidianidad se volvió roca, en un intento desesperado por alcanzar aquel barco eterno que tanto buscó, y como viejo conjuro, fue olvidado. Hoy solo queda como testimonio aquella pequeña playa, las bancas viejas y desvencijadas, las estrellas y el viento, a veces uno que otro barco fantasma y el mar... esperando el retorno de sus ojos favoritos.

4 comentarios:

J. dijo...

La mente desquiciada de J. ha dado a luz a una nueva yo, una de tantas yos que deambulan por el universo... esperemos que sobreviva a los primeros (y más cruciales) 27 días de vida.
De todas depende el proyecto...

Desmond Rentor. dijo...

puedo decir que he quedado repleto con lo que has trascribido aquí J.

espero que esa tinta verde no se corra nunca.

salu2

Pantruca mamá dijo...

Esa tinta verde me recuerda a Neruda, que escribía con ese color...pero en nada se parece a tu escrito, que oculta cierta significación real que por alguna razón no ha podio salir a luz de este mundo B(anal)... quizás me equivoco, tal ves no. Este mundo de letras es así.

Saludos.

Tam dijo...

ME ENCANTO... me gustaria poder abrirme de esa forma, la mezcla entre mito y realidad, las frases entre lineas, me gustaria poder presentarme en la sociedad sin caretas, tal vez con una obra pero no puedo el temor me embarga, la inconsistencia de mi relato no es mejor....

PD: se puede contruir tras el derrumbe yo lo he hecho... e incluso se puede soñar con un estado de felicidad que en algun momento te habito, y afortunadamente es posible ver a la mujer que amas sin culpas y sin reproches

un beso :)